Escritor injusta pero casi completamente olvidado, su irrupción en la literatura española de finales de los años 20 fue una verdadera sorpresa, tanto por la rapidez de su fama, como por la calidad de las obras -muy pocas, por desgracia- que dio a conocer durante esos años.

Nacido en 1891, el estreno de su farsa cómica ¡Tararí! supuso nada menos, como confesaría con orgullo después, «la sorpresa de que la primera obra de un novel llegase a las ciento cincuenta representaciones». Efectivamente, ¡Tararí!, estrenada en el Teatro Lara de Madrid por la compañía de Margarita Robles, fue la obra revelación del año 1929; se publicó enseguida en un librito de la colección «Nova Novorum» de la Revista de Occidente y mereció los elogios unánimes de la crítica, desde el culto y exigente Enrique Díez-Canedo hasta el siempre refinado Azorín.

A partir de ese momento, Valentín Andrés fue adelantando en la revista de Ortega (de la que era jefe de colaboraciones su amigo y paisano el crítico Fernando Vela) algunos fragmentos de novelas como Naufragio en la sombra (título inspirado en una frase del ensayo de Ortega «Conversación en el golf»), publicada por Ediciones Ulises en 1930. De sus cuentos es notable el recogido en el volumen colectivo, dirigido por Benjamín Jarnés, Las siete virtudes. El relato de Valentín Andrés, titulado «La templanza», es considerado por muchos críticos como el mejor de todos los del volumen, donde colaboraron, además del propio Jarnés, escritores de vanguardia tan importantes y conocidos como Antonio Espina, César Arconada, José Díaz Fernández y Ramón Gómez de la Serna.

Por desgracia, la vocación literaria de Valentín Andrés quedó pronto interrumpida. Doctor en Ciencias y en Derecho se dedicó a la docencia universitaria (fue catedrático de Derecho mercantil). En 1948 la editorial Aguilar intentó recuperar, en un pulcro tomito, sus comedias ¡Tararí!, Pim, pam, pum y la novela Sentimental Dancing, pero la nueva edición -eran ya otros los tiempos- pasó completamente inadvertida.

Valentín Andrés no vivió por y para la literatura, pero nunca dejó de recordar con emoción, con gratitud y con cariño los amigos y las experiencias felices de los años de juventud. Lo cierto es que empezó a escribir sus memorias (que pensaba titular Memorias de medio siglo) y llegó a publicar un capítulo, muy interesante, por cierto, en los números 5/6 (2.ª época) de la Revista de Occidente, en marzo-abril de 1976.

Bibliografía: