Presentación y coloquio: LOPEZDEBEGA Y GARROTE BILL o 'Las tribulaciones de un profesor de lengua en secundaria' de Francisco García Pérez.
El próximo viernes día 24 de marzo a las 19 horas nos visita
Francisco García Pérez para hablarnos de su nuevo libro “Lopezdebega y Garrote Bill o Las Tribulaciones de un profesor de Lengua en Secundaria” (Editorial LARIA). Esta actividad está organizada por la Biblioteca Municipal y la Asociación Cultural “Valentín Andrés”.
El Autor Francisco García Pérez, nació en Oviedo en 1953, aunque en su haber podemos apuntar su vinculación familiar con Grado. Es Doctor en Filología y Catedrático de Lengua Castellana y Literatura de Enseñanza Secundaria. Ejerce como profesor (como se “intuye” en algunos de sus artículos) en centros públicos desde 1981. Fue Secretario General Técnico y Director de Difusión Cultural en el Consejo Preautonómico de Asturias a finales de los años 70, tras haber colaborado en distintos medios asturianos y nacionales, coordina desde 1992 el suplemento “Cultura” en el diario La Nueva España, donde ha firmado más de un millar de artículos sobre temas culturales y de educación. Es autor de Crónicas de El Bierzo (Penthalon, Madrid, 1981), Lo que hay que oír (vtp-KRK, Oviedo, 1995) y Una meditación sobre Juan Benet (Alfaguara, Madrid, 1997), además de numerosas colaboraciones en volúmenes colectivos. Le gustan la mar, los perros, caminar, cocinar, la risa y el fútbol, Le apasiona Leer.
El Libro “Lopezdebega y Garrote Bill o Las Tribulaciones de un profesor de Lengua en Secundaria” Recoge 50 artículos publicados en La Nueva España y que, en palabras del propio autor, “tratan sobre las dificultades de enseñar e instruir y sobre asuntos relacionados con la lengua castellana o española. El primero data de 1998; y el último, de 2005”. <Al escribirlos, procuré siempre que los presidiera y anidase en ellos buen humor, aunque la realidad del aula o el empeño destructor de tantos hablantes no ahorran esfuerzos para dificultármelo>.
libro
LOPEZDEBEGA (Artículo que abre el libro que se presenta en Grado y publicado también en La Nueva España el 9 de abril de 1998) “Ayer volví a sufrir una pesadilla: soñé que estaba corrigiendo ejercicios de la segunda evaluación. Se trataba de una prueba objetiva, antes llamada examen, sobre Don Quijote. La rutina de costumbre: aciertos, desconciertos, poca variación con lo ya observado en el aula. Pero allí estaba, aguardando para ponerme a prueba, el trabajo de cierto alumno, cuyo rendimiento a lo largo del trimestre aún no me había permitido formarme una idea cabal acerca de sus méritos. Había yo planteado la primera cuestión, antes llamada pregunta, en los siguientes términos: Escribe el nombre del autor de Don Quijote. Me pareció un comienzo satisfactorio, suficiente para que fuesen entrando en calor y ganando en confianza mis educandos, antes de interrogarlos sobre arduas figuras textuales. Pero allí estaba, acechándome como el guarda al furtivo, la tremenda respuesta de mi alumno: Lopezdebega. No lo dudé un instante: taché la contestación y escribí “MD” en el margen, con trazo firme. Todo el mundo sabe que Don Quijote es obra de Cervantes. Además, escribir, Lope de Vega de aquella forma que el chaval lo había escrito mostraba un absoluto desconocimiento de lo más elemental de la Literatura y aún de la Ortografía. Pero, entre las brumas de mi pesadilla, vi cómo sobrevolaban mi cabeza, BOEs, Disposiciones Transitorias del Ministerio, Circulares, Recomendaciones del Gabinete de Orientación, Actas de la Comisión de Coordinación Pedagógica, Amenazas de la Asociación de Padres... y comencé a dudar. El alumno parecía errar el concepto, sí. Pero eso de que Cervantes escribió el Quijote no deja de ser un acuerdo transitorio entre académicos y otros estudiosos. ¿Acaso sabemos con exactitud cuántas de las obras atribuidas a Shakespeare le pertenecen a ciencia cierta? ¿Existió Homero con carne de mortal? ¿Era Cervantes judío o bujarrón? ¿Sabemos siquiera qué día nació? ¿Qué sorpresas no nos depararán futuros estudios cervantinos? De modo que, ojo, no deduzcamos, así por las buenas, que el muchacho yerra en el apartado conceptual. Y mucho en el procedimental: el alumno contestó a la pregunta, escribió, incluso tuvo que leer o, al menos, escuchar en clase para llegar a la conclusión Lopezdebega. Es más: Lope de Vega y Cervantes fueron coetáneos, lo cual demuestra el poder asociativo del chaval respecto de los periodos históricos. No hablemos de ortografía: bien sabido es que el propio Cervantes llegó a firmar Cerbantes. Y ya la voz de García Márquez en la tinieblas de mi pesadilla: “No a la ortografíaaaa...!” Ni hablemos tampoco del terreno actitudinal: aquel chico había asistido al examen, se había sentado al pupitre, no me había insultado, ni siquiera mirado con repugnancia. ¿No revela tal comportamiento una disposición positiva ante el mundo de la educación? ¿Acaso debería medirlo por el mismo rasero que a aquellos que acuden a mis enseñanzas bajo el efecto de alcoholes o psicotrópicos, o que no acuden, incluso, prefiriéndome en favor de las máquinas tragaperras y el naipe? Taché el “MD” y escribí al lado “Suficiente”. Pero de las oscuridades somnolientes surgían de nuevo Resúmenes de las Sesiones del Consejo Escolar, Emanaciones Dispositivas de la Jefatura de Departamento, Conminaciones de la Inspección de Enseñanza Secundaria, Contenidos Mínimos, Adaptaciones Curriculares... y seguí dudando. ¿A qué abismos abyectos se vería abocado mi alumno con tan exigua calificación? ¿No engendraría en él acaso un odio cerval a la literatura, capaz de arrojarle en brazos de la desobediencia a los mayores, el desprecio a las instituciones y quién sabe si al crimen? ¿Cuántas horas no habría invertido en el estudio del barroco, privándose de esparcimientos deportivos o del cultivo del amor adolescente? Taché de nuevo y escribí: “Notable”. Lopezdebega, notable. Un sueño reparador siguió a la pesadilla. Había cumplido con mi deber docente |