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sábado, 18 de noviembre de 2006

intervención de Fernando Flórez

La Asturianá de la desolación al sonrojo 

Cuando el Presidente de la Asociación Valentín Andrés, José-Luis Rodríguez Alberdi, y el Secretario, José-Antonio Sánchez de Arriba, pusieron en mis manos este libro: ‘La Asturianá. De la magia a la desolación. Un siglo de canción asturiana’, debo confesar que lo hojeé con cierta perplejidad. Luego, al rogarme que escribiese unas líneas para la presentación aquí en Grado de la obra, como alumno aplicado, me llevé a casa el libro bajo el brazo y emprendí su lectura más por obligación que por devoción o pericia en el tema. Quiero aclarar, no obstante, y en mi descargo, que si bien mi ignorancia sobre nuestra asturianá es patente —el hecho de ponerme delante de este atril raya en la osadía—, más imperdonable por mi parte sería exponer una opinión, por breve que fuese, sobre un texto no leído. No es infrecuente obsequiar con un puñadín de frases hechas (de esas tan socorridas en ciertos actos oficiales) y, para redondear el asunto, culminar la faena con otro montonín de parabienes al autor (que es lo que la cortesía mal entendida aconseja), hinchar el pecho y marchar para casa tan campante, y contento de cubrir el expediente —como quien dice— sin despeinarse ni sudar la camiseta. No es este el caso, por supuesto que no. Y no lo es porque ni Óscar se lo merece ni quien habla podría caer tan bajo.  No sé si será algo tarde para redimirme, pero sí, he leído el libro; y no una, sino dos veces. La primera lo hice con interés; el interés que despierta la obra bien hecha. Es admirable el laborioso trabajo de campo espigando una preciosa documentación y la sólida arquitectura de un ensayo escrito con justificados afanes científicos (se nota la formación jurídica del autor al aplicar ciertas categorías propias de la Filosofía del Derecho a una materia tan aparentemente disímil pero que no lo es tanto, porque en el campo de las Ciencias Sociales —y la canción asturiana es un fenómeno social, aunque en la actualidad sea minoritario— no existe solución de continuidad). La segunda lectura la hice con la emoción que provoca la prosa reivindicativa de Óscar Roces Arboleya, que en casi 280 páginas rescata nuestra memoria colectiva de la gigantesca escombrera levantada por la llamada industria cultural. Esa memoria colectiva que nos define como pueblo y que está lamentablemente sepultada por toneladas de telebasura, incuria y degradación. 
 
 Y es que estamos ante un libro que hurga en las cenizas de nuestro acervo cultural inmolado en la hoguera del pensamiento único consumista y depredador de la segunda mitad del siglo XX y del cambio de milenio. En ‘La Asturianá. De la magia a la desolación. Un siglo de canción asturiana’ el autor da un fuerte aldabonazo en la puerta de nuestras dormidas conciencias de miembros de una comunidad culturalmente desvertebrada. Desde un prisma científico y universalista, muy lejos del tambor y gaita localista y reaccionario o de la instrumentación política nacionalista, que no acaba de sacudirse de ciertos complejos y trata de recorrer sendas ya pateadas en otros pagos, el autor reivindica la dignificación de nuestra memoria musical autóctona en esta época que nos ha tocado vivir y en la que corren malos tiempos para la canción asturiana.
 ¿Quién dijo que la tonada es el residuo cultural de un modelo social (la Asturias agraria) en trance de extinción? Óscar Roces demuestra con su libro que en momentos de vigoroso desarrollo industrial, en el primer tercio del siglo XX, la asturianá fue la más potente manifestación musical de aquella realidad tan alejada de sus propios orígenes agrarios. Queda así rebatida la perversa tesis de su inadaptabilidad a los nuevos tiempos de una sociedad urbana y de servicios. Por lo tanto, y esto debe quedar claro, las causas del actual estado calamitoso de nuestra canción no son endógenas (propias de su naturaleza y orígenes) sino exógenas (derivadas de un contexto socio-cultural desarraigado). Si la canción asturiana tuviese perspectivas de negocio, si entrase, como el flamenco, en las políticas de marketing de los depredadores de la cultura, las cosas quizá serían para la canción asturiana de otra manera. De todas formas yo no arrendaría las ganancias. Las ruinas de la Acrópolis ofrecen mayor dignidad en su actual desnudez que reedificadas por una inmobiliaria. Bien. Y ahora, tras decir lo anterior, y antes de continuar, seguro —o se supone que debería ser así—, seguro, repito, que por vuestras cabezas rondará una pregunta elemental, una de esas preguntas que nos hacemos a nosotros mismos ante situaciones como la presente: ¿entonces, qué pinta este prójimo que se declara inexperto en canción asturiana cuando otras personas con mayor fundamento deberían tomar la palabra? Y como consecuencia de esa pregunta otras dos. ¿Qué méritos se atribuye? ¿Qué representación ostenta? Pues, lo que se dice pintar pinto bien poco y, en lo referente a méritos, mi currículo, la verdad sea dicha, está bastante desnudo, casi en pañales. En cuanto a representación…, en eso sí que me considero bastante representativo: soy uno de tantos miles de asturianos (demasiados miles) que viven de espaldas a sus propias raíces culturales y que —esto si que resulta paradójico ahora que lo pienso— a pesar de ese desinterés se sienten pero que muy muy asturianos.  Cuando cruzamos el Payares, nosotros, los que trabayamos pola causa sólo cuando tamos lloñe d’esta verde zapatiya que se dibuxa nel mapa ente’l Cantábricu ya la Cordillera, lo primero que facemos ye arremangar la camisa ya enseñar a tou Dios el musculín esi (la bola que se dicía antes, que nun séi como dirán los guajes d’agora). Valnos cualquiera pa refrescar l’ardor patrióticu playeru: el finlandés d’al llau que ta lliendo ‘El Eco de Helsinki’ o el despistáu que pasa pola cera mirando escaparates xunto la terracina de Benidorm na que tolos branos sentámos  a toma’r el vermú. El mesmu escenariu, col mesmu protagonista ya diferentes actores secundarios, podría treslladase al bar de la piscina de Valencia de don Juan, al salón de baille de cualquier Centru Asturianu de la diáspora o a la estación del ALSA de Madrid, en medio la xente que vien p’aquí y va p’allá. Cualquier llugar ye buenu pa da-y rienda suelta a la víscera, ya cuanto más lloñe meyor (que las declaraciones d’amor patrióticu son direutamente proporcionales al cuadráu de la distancia que nos separa de la tierrina. ¿Nunca vos parasteis a pensar que’l ‘Asturias patria querida’, esi canciu que ye más híbridu que’l maíz, que yá nun se sabe si ye cubanu, polacu o véi tú a saber d’onde, ya qu’a cuatro políticos de la transición antoxóse-ys llevalu a alcohólicos anónimos pa lluegu bendicilu como himnu; nunca vos parasteis a pensar que’l ‘Asturias patria querida’, digo, suena meyor en Valdepeñas qu’en Grau?). Ya pa que nun haiga duda cuando tamos en Benidorm, en Valencia de don Juan, de baillotéu nel Centru Asturianu de Sevilla o en Méndez Álvaro a puntu subir al autobús, ya ¡coyones!, pa que se sepa, glayámoslu bien alto: ¡Ehhh…, manín!, que yo soi asturianu. Así, como suena, qu’hai que marcar bien la diferencia. Amás, agora que somos Principáu con princesa televisiva (¿quién será la bruxa?), con Hollywood por un día tolos años nel Campoamor (que, oye, tal paez un cuentu xanas con música de gaiteros) y agora que col mio tocayu Alonso vamos en trator supersónicu, ya a toa hostia, a ver quién nos tapa la boca. ¡Qué grandonos somos!  Pa mí la principal virtú del ensayu d’Oscar ye la catárquica (catarsis ye un palabru griego qu’en castellanu, según la Academia de la Lengua Española, significa: “purificación ritual de personas o cosas afectadas de alguna impureza”, indícolo pa los que nun lo sepan; los que lo sepáis disculpáime, que sólo intento qu’entendáis lo que quiero dicir). A mí la llectura d’esti llibru permitióme facer esamen de conciencia sobre las cosas nuesas, las mesmas que vi yo de guaje pero con otros güeyos, dende un puntu vista orixinal ya que da alientu. Porque col canciu asoman munchas más cosas que la música. Asoma too eso que nos define como asturianos ya que nos enraíza con un sitiu, pa lluegu abrinos al mundu, que l’asturianidá nun tien por qué tar reñía cola universalidá.  Aquí quiero rendí-y públicamente reconocimientu a un escritor asturianu que se llama Xuan Bello; ‘Hestoria Universal de Paniceiros’ proyeuta l’idioma y la cultura asturianos temporal ya espacialmente: hacia’l futuru ya hacia’l mundu. Dende un puntín nel mapa, un puntín nas montañas de Tinéu, Xuan engancha l’Asturies fonda ya campesina con Lisboa, con Roma, col mundu del nuesu tiempu, ya la cosa funciona, vaya que si funciona, por mal que-ys pese a dalgunos que dende cátedras universitarias ya institutos que s’apellidan asturianos tan negándo-y el pan ya la sal a la llingüa, hasta pa falar d’ella mesma.  
 
 Xúrovos que mientras lleía‘l tema del canciu del carreteru alcordéme d’Albertón el d’Entrelosríos, aquel paisanón de La Mata, con la parexa bueis ya’l carru per Grau llevando ya trayendo lo que-y mandaban: piedra, madera o llabrando tierras, que daquella los tratores ni yeran supersónicos, nin tan siquiera rodaban a pasu burru, sólo se conocían pol No-Do nel cine Parke. ¡Qué tiempos! Los de más de cuarenta tacos alcordaránse del percherón de Tino’l carreteru ya d’otru carreteru que tenía’l corral en Cimavilla ya qu’agora nun soi p’alcordame del nome.
 ¿Quién de guaje nun sintió esi nun sé quéi nel pechu la mañana’l samartín en casa la güela, cuando se reunían pa facer el mondongu hasta los primos terceros? ¿Quién pue olvidase las meriendas nel prau tras facer los bálagos o la sagrada lliturxa d’arroxar el fornu cola masa’l pan yeldando na masera? Gracias, Oscar, por revivime na memoria a mio ma la probe, que tovía como quien diz l’otru día tenía la cocina’l pisu, aquí en Grau, como la casa onde nació en Candamo, colas fabas colgando na ventana, las panoyas del maíz nel armariu ya las patacas enriba un cobertor nel cuartu, porque ella trabayó, hasta que nun pudo más la tierra de la veiga Peñaflor, que ye un dolor ver tantas güertas abandonadas, ya yo nun riño con naide, que soi el desertor primeru. Al lleer la lletra de ‘Tengo de cortar un roble’ alcordéme del mio primu Manolín el de Pravia cantando esi canciu en Villar dempués de comer l’arroz de San Agustín. De aquel paisanu que trabayaba nel Truco con Munchín ya Ricardu’l rusu, Sandalio Freísnu, dando-y al punteru y al roncón polas romerias. De mí mesmu glayando de chavalón el ‘Vas por agua’ con Xuacu l’Estuche nel Infiernu. Y agora que cerró’l templu la sidra ya’l canciu en Grau, agora que nun canto, entiendo aquello que facíamos sin danos cuenta, como cuando respiramos, que nun pensamos que tamos faciéndolo. Ya pregúntome, ¿cómo ye posible que báxasemos la guardia, que dexásemos que músicas ya musiqueiros ayenos que nos metieron pol alma pa facer negociu, arrancasen lo nueso, lo de siempre, lo que xenéticamente llevábamos impresu dende sabe Dios cuando? Porque yo toi d’alcuerdu colo d’abrise al mundu pero ye dolorosu lo que pasó ya sigue pasando cola cultura nuesa, desaloxada por desahuciu del solar asturianu. Agora’l caseru ye la cultura del Imperiu hexemónicu capitalista posindustrial que nos tien bien pastoriaos ya que arrampla con too, como’l mexillón cebra del Caspio del que falan na tele que ta escuchimizando’l ríu Ebro. Esi capitalismu posindustrial que nun da puntada ensin filu a la hora engordar la cuenta resultaos del mercáu musical. Voy a concluir este discursín con la lectura de un texto sin otro valor que el de aludir a un especial momento, cuando la canción asturiana tenía un prometedor futuro en Grado y en Asturias: “El poeta de pelo engominado y mirada intensa escuchó absorto aquella voz de timbre celestial que tejía y destejía con sentimiento y emoción una tonada asturiana. Sentados en las mesas y rodeados de barricas de sidra, los universitarios también escuchaban al cantador con el respeto que merece un virtuoso. Eran actores y actrices, y por lo tanto amantes de los placeres estéticos. Afuera, en la misma plaza donde horas antes habían representado tres entremeses cervantinos, un vigilante nocturno golpeó con el chuzo el adoquinado y entonó, en aquella noche tan joven y musical, su cantinela:  Las tres de la mañana y sereno… Sí. La noche era joven y desprendida, como aquella compañía que recorría el país acercando el teatro del Siglo de Oro al pueblo. Y el pueblo, el pueblo de Grado, correspondía en la taberna del Cabaño a la Compañía con aquel regalo de los dioses que era la portentosa voz de uno de sus hijos. Era la madrugada del 2 de septiembre de 1932”.
Valentín le había anunciado a su amigo Federico que iba a escuchar a una de las mejores voces de la tonada asturiana. Valentín, era Valentín Andrés, el gran polígrafo moscón, cuyo nombre identifica a nuestra asociación. Federico no era otro que el inmortal Federico García Lorca, de gira por España con la Compañía La Barraca. Y el cantador… El cantador era Prudencio Merino Álvarez el Polenchu. Cuatro años después Lorca moría asesinado y diez años más tarde de aquella noche mágica, el Polenchu fallecía en un campo de concentración nazi en Francia rumiando las miserias del exilio. La alegría juvenil republicana de los entremeses cervantinos tuvo un final de tragedia griega, la ahogaron las tinieblas de la larga noche de la dictadura. Sólo nos quedó la voz de Pepe Miranda el Repicau y después la nada, el vacío.
El acontecimiento es real, las circunstancias ficticias, fruto de la fabulación, pero yo quiero imaginar así el primer contacto de García Lorca con la tonada asturiana en vivo, y posiblemente el único. Y quiero también imaginar que esa noche el Polenchu cantó ‘Texedora de Bayu’. El muñidor de aquel encuentro fue nuestro Valentín Andrés, amigo de ambos.
Ahora, 74 años después y en este acto, merced a un libro, recuperamos la figura del Polenchu, un perfecto desconocido en Grado, salvo para esos mantenedores de la hoguera sagrada del recuerdo que cada vez son menos, y este libro se presenta en la tierra de tan extraordinario cantador a través de una asociación que lleva por nombre a Don Valentín. La historia si no es circular se le parece.
Si viviera Óscar Suárez Rodríguez, mi inolvidable amigo Oscarín el de la farmacia, seguro que recordaría aquella estrofa cantada por los moscones añorantes de lo que fue una brillante realidad. Emilio Miranda, Pepín Lueje o Alfonso Gutiérrez, los últimos de Filipinas en esta defensa numantina de nuestra identidad con las armas de su inquebrantable memoria, la podrían repetir de carrerilla. Hoy para nuestra desgracia la estrofa sigue vigente. La herencia de Prudencio el Polenchu, de Gelín y de Pepe el Repicau no ha sido aceptada por nadie en Grado, ni siquiera a beneficio de inventario. Esa estrofa empapada de nostalgia, y con la que termino mi intervención, dice así:

En Grao cantó el Polenchu,

más tarde Pepe Miranda,

ahora en "la Flor" de Grao

 no hay quien cante una tonada.


 Muchas gracias.
Fernando Flórez Fernández-Villaranzo (de la Asociación Cultural Valentín Andrés)

Modificado el ( domingo, 19 de noviembre de 2006 )
 
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