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LUIS ARIAS ARGÜELLES-MERES Imprimir E-Mail
escrito por AVA   
martes, 09 de octubre de 2007
Artículo publicado en LA NUEVA ESPAÑA.

Lo expuso con claridad y certidumbre Manuel Fernández de la Cera en su intervención dentro de las jornadas que Grao dedicó a su polígrafo la última semana de septiembre en el 25.º aniversario de su muerte. Cuando don Valentín le habla a Jovellanos frente a frente, está dando paso a una de las visiones más certeras y brillantes sobre la Asturias contemporánea. En ello abundó también con admirable precisión Germán Ojeda, al considerar al autor de la «Guía espiritual de Asturias» una referencia imprescindible para acometer cualquier reflexión sobre el devenir de nuestra tierra en los últimos siglos. Si la Asturias que emerge en la contemporaneidad es sobre todo la consecuencia de la explotación del carbón y de la emigración a América, según la difícilmente refutable tesis del catedrático de la Facultad de Económicas de nuestra Universidad, don Valentín es de los primeros en advertir la importancia que tuvieron los indianos en nuestro despliegue económico, ello frente a la mayoría de las tesis que hasta entonces se habían esbozado.

En efecto, desde Jovellanos en adelante, los asturianos emigrados a América que regresaban a su tierra no sólo tenían mala prensa entre la aristocracia que los consideraba advenedizos y entre el pueblo que los veía como traidores desclasados, sino también entre nuestros mejores literatos del XIX, que participaban de ambas visiones negativas y, en el fondo, coincidentes. Las palabras del ilustrado gijonés son inequívocas al respecto: «Vuelven de tiempo en tiempo dos o tres indianos cargados de oro a perpetuar el mal con el funesto ejemplo de la fortuna».

Clarín, en una de sus páginas cumbres de «La Regenta» hace un retrato demoledor: «La ciudad del sueño de un indiano que va mezclada con la ciudad de un usurero o de un mercader de paños o de harinas que se quedan y edifican despiertos. Una pulmonía posible por una pared maestra ahorrada; una incomodidad segura por una fastuosidad ridícula».
Tampoco tiene desperdicio, al propósito que nos ocupa, este retrato que hace Palacio Valdés de un indiano en su novela «El Maestrante»: «El color subido de sus mejillas era tan característico, que en Lancia, donde pocas personas se escapan sin apodo, lo designaron al poco tiempo de llegar con el de Granate. En medio de su miseria, le gustaba dar en rostro con las riquezas que poseía. Edificó una casa suntuosísima; trajo mármol de Carrara, decoradores de Barcelona, muebles de París, etcétera. Y, sin embargo, a pesar de las sumas cuantiosas que en ella gastó, al saldar la cuenta del clavero ¡se empeñaba en que descontase del peso el papel y las cuerdas en que venían envueltas las puntas de París. Cuidadosamente había ido guardando en un rincón tales despojos con ese objeto».

¿Cuáles son, por decirlo así, las Asturias de don Valentín, de un hombre tan siglo XX como él, cuya obra empezó por las vanguardias que dan inicio a esa centuria culturalmente hablando?
Para empezar, la Asturias que emigró a América. Prestemos atención a estas palabras suyas: «Pero hubo un grupo de españoles que supo sobreponerse al desánimo general del país (se refiere don Valentín al desastre del 98) que no se dejaron arrastrar por el pesimismo, que anulaba todo intento emprendedor (...) Este grupo lo formaban los indianos ricos repatriados de Cuba. Unos liquidaron los negocios que tenían allí y trajeron sus capitales; otros no los liquidaron pero vinieron a España para gastar aquí sus rentas e invertir sus ahorros».

Así pues, frente al desánimo que cundió a resultas de la crítica del 98, hubo quienes hicieron grandes avances en pro de la prosperidad de nuestra tierra, especialmente los indianos.

Don Valentín se percata de esto desde una visión propia del siglo XX que cuenta además con un conocimiento en materia económica que hasta entonces no había existido por parte de las grandes figuras de la intelectualidad asturiana.

Pero entre las Asturias de don Valentín no esta sólo su visión justa y preclara acerca del papel de los indianos en nuestra tierra en los últimos siglos, sino que, de un lado, se encuentra entre los autores que mejor reflejaron algo que genéricamente puede denominarse «ironía asturiana», envidiablemente definida por Alarcos a la hora de explicar el significado de la poesía de Ángel González: «Quizás es el que mejor representa en la lírica lo que puede llamarse "tono asturiano": una mezcla de humor irónico, de melancolía, de sobriedad expresiva, de natural profundidad y poco colorido».

Es ésta la clave en la que hay que leer toda la obra de don Valentín acerca de Asturias. El sentido del humor, la melancolía y, sobre todo, la sobriedad expresiva que recorre la práctica totalidad de la obra de nuestro escritor, de un modo especial esa «Guía espiritual de Asturias», a la que ya hemos hecho mención. A ello se refirió con acierto Melchor Fernández Díaz, adjunto a la dirección general de este periódico, cuando habló en las jornadas aludidas de la admirable claridad expresiva del citado título, que no sólo está lleno de observaciones sagaces de principio a fin, sino que además es todo un ejercicio, virtuoso a más no poder, de depuración estilística.

Cuando don Valentín habla del campesino asturiano como un esteta que hace de su tarea arte, está definiendo la relación estremecedora del hombre del campo asturiano con su paisaje. Cuando, a la hora de explicar el papel de la industria en la Asturias contemporánea, no pierde de vista nuestro ilustre moscón que se trata de algo con fecha de caducidad, frente al paisaje y naturaleza que trascenderán cualquier etapa, incurre en algo tan admirable como es armonizar la tradición con el empuje de los tiempos.

Cuando compara los castillos frente a las casonas, considerando que los primeros son concebidos para la guerra, mientras que las segundas son construidas para tiempos de paz, ofrece una visión de nuestra arquitectura cuando menos llena de posibilidades interpretativas.

La obra de don Valentín sobre Asturias merece estar incorporada en el discurso actual. Son varias sus Asturias, la de la emigración, la de la industria, la del campo, la de nuestra arquitectura más singular. Todas ellas necesitarían un ensamblaje a la hora de reflexionar sobre nuestra tierra. Novelista, autor teatral, pionero y maestro de los estudios económicos en España, la obra de este moscón del 27 no puede desperdiciarse por desconocimiento y apatía.

Con respecto a su trayectoria intelectual, como ya tengo escrito, permitiría ser interpretada a la luz de lo que sugirió su maestro Ortega a la hora de acometer el género biográfico: «Las cuestiones más importantes para una biografía serían estas dos que hasta ahora no han solido preocupar a los biógrafos. La primera consiste en determinar cuál era la vocación vital de biografiado, que acaso éste desconoció siempre. Toda vida es, más o menos, una ruina entre cuyos escombros tenemos que descubrir lo que la persona tenía que haber sido. (...) La segunda cuestión es aquilatar la fidelidad del hombre a ese destino singular, a su vida posible. Esto nos permite la dosis de autenticidad de su vida efectiva». De esto habría que partir para explicar ese proceso suyo que fue «de los cuentos a las cuentas», lleno siempre de incorporaciones, nunca llevado a cabo con saltos en el vacío.

Y, además de todo lo expuesto, convendría incidir en su universalismo. En su juventud, Madrid fue el principio de la vida intelectual y París fue también para él una fiesta, pero siempre tendió puentes entre su villa natal y el resto del mundo. Así lo vio con perspicacia Juan Cueto: «Él bailó el primer tango de París pero también la última danza prima de Grado».

Hay que transitar la obra de una de las principales figuras asturianas de la Generación del 27, también de uno de los grandes discípulos de Ortega. Y a este respecto no puedo no insistir en recordar que esta tierra nuestra fue acaso el principal vivero del orteguismo, algo tan relevante como escandalosamente soslayado. Don Valentín, como su maestro, hizo de la claridad uno de sus principales empeños, también cuando se ocupa de Asturias.

 
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